En la vasta y diversa India, se han forjado a lo largo de los siglos una multitud de tradiciones culturales y religiosas. Sin embargo, entre ellas, se encuentra una práctica ancestral que ha traído consigo dolor y controversia: la devadasi.
Aunque esta tradición ha perdido fuerza en la era moderna, miles de mujeres y niñas siguen siendo explotadas bajo el nombre de la religión y de la tradición.
La palabra “devadasi” significa sirvienta de Dios en sánscrito. En sus orígenes, las niñas devadasi eran consideradas consagradas a los dioses y servían en los templos hindúes. Esta tradición se remonta al siglo VI d.C cuando la reina de la dinastía Keshari decidió que las niñas y mujeres expertas en danza clásica debían casarse con deidades pasando así a ser muy respetadas en la sociedad. Una vez casadas con dichos dioses, cuidaban los templos, bailaban para la realeza y realizaban rituales sagrados en nombre de la diosa Yellamma.
Antiguamente, las devadasis procedían de linajes reales y eran de las pocas mujeres alfabetizadas de la región, sin embargo, hoy en día están relacionadas con la pobreza extrema y provienen de las castas más baja de la sociedad.
Cuando el norte de la India fue invadido se destruyeron muchos templos hindúes y fueron desplazadas perdiendo todo su estatus social. Comenzaron así a buscar otros trabajos; el baile y la prostitución empezó a formar parte de su forma de vida y se convirtieron en amantes de sacerdotes, reyes y terratenientes bajo el pretexto de la tradición.
Esta práctica está prohibida desde 1982; no obstante, sigue arraigada en ciertas zonas del sur de India, sobre todo en Karnataka y Andra Pradesh con la escandalosa cifra de 50.000 mujeres y niñas dedicadas a ello.
Son varios motivos los que facilitan que la tradición devadasi continúe tan arraigada, la mayoría de las veces, por motivos económicos. En estos casos, las propias familias entregan a su hija a la diosa Yellamma para que ejerza la prostitución. De esta manera, la niña o adolescente ayuda a su familia económicamente y, como no se pueden casar, los padres se libran de pagar la dote dowry a la familia del potencial futuro esposo.
En otras ocasiones, las familias consideran que están honrando a la diosa Yellamma entregando a sus hijas. En estos casos, incluso los propios sacerdotes facilitan la preservación de la tradición afirmando que estas familias serán recompensadas.
En cualquier caso, pasan a ser una “propiedad pública” cuando alcanzan la pubertad, cosa que los padres ya han decidido desde que son niñas, no pudiendo negarse a realizar los favores sexuales que se las reclama por los hombres del pueblo. Se encuentran en lugares discretos e incluso en casa de los propios progenitores. En ocasiones son vigiladas por sus madres para que los clientes no abusen de ellas sin haber obtenido primero el pago.
Expuestas a la malnutrición, la violencia y las enfermedades de transmisión sexual, las devadasis son repudiadas cuando alcanzan cierta edad incluso por la propia familia que las entregó. Es entonces cuando deben mendigar con el ídolo de la diosa sobre la cabeza. Misma diosa por la que fueron esclavizadas.
Alejandra Lavín Torres / 17 de enero de 2024