Se calcula que por cada víctima de trata de personas identificada hay otras veinte sin identificar.
La denominada “esclavitud del siglo XXI” es una aberrante violación de los derechos humanos y, por desgracia, la situación actual entre Rusia y Ucrania ha vuelto a poner de manifiesto este gravísimo problema en el que el 90% de las víctimas son mujeres y niñas. Sin embargo, y aunque nos bombardeen noticias sobre ello de un tiempo para acá, no es ni mucho menos un problema actual ni asociado solo a los conflictos armados o a los desastres naturales.
La Organización Internacional del Trabajo cifra en 4,5 millones las víctimas de explotación sexual en todo el mundo. Es un negocio solo comparable al tráfico de drogas y de armas. Es posible y no es de extrañar que sean muchas más, pero es difícil cuantificar un negocio ilegal y clandestino como es la trata, que incluye varias modalidades y afecta a prácticamente todas las nacionalidades del mundo, ya sea como país, tránsito o destino de las víctimas (entre 2010 y 2012 se encontraron víctimas de 152 países en 124). Por ejemplo, durante el año 2016, Europa Occidental y Central fue la zona del mundo donde se encontraban más mujeres explotadas de Asia Oriental y África
Subsahariana fuera de sus fronteras.
La ONU ha puesto de manifiesto que España, Holanda, Portugal, Francia, Países Bajos, Austria y Alemania, son los países de destino de más de 350.000 mujeres y niñas dedicadas a la prostitución, de las que el 80% son extranjeras en situación irregular procedentes de Brasil, Colombia, Nigeria, Rumanía, Rusia y Ucrania.
La trata supone una grave infracción de los Derechos Humanos, contra la libertad y la dignidad de las personas que implica a grandes y poderosas redes de delincuentes de alcance internacional que proporciona grandes beneficios y utiliza a las personas con distintos fines de explotación.
En un país como España, el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución son víctimas de trata. Incluso haciéndolo voluntariamente, los cambios a peor impuestos por el tratante pueden llevar a las mujeres a convertirse en esclavas. Este riesgo es más elevado cuando se trata de ciudadanas extranjeras que pueden haber sido engañadas o haber contraído una deuda por su viaje. El idioma también es un gran obstáculo, así como la desconfianza que hace nacer el tratante hacia las fuerzas del orden. Además, las personas con problemas psíquicos, es mucho más factible que desconozcan sus derechos.
Por otra parte, es más probable que sean captadas las personas que se encuentran en una situación económica o social difícil con un nivel educativo limitado, que pertenezcan a una minoría, que tengan algún tipo de adicción o que sean menores sin hogar o no acompañados.
La propia complejidad y variedad del fenómeno impide establecer una forma única para determinar cuándo una persona es víctima de trata. Son mantenidas en la red mediante una combinación de fuerza, coacción e intimidación; son trasladadas constantemente para evitar que creen lazos, viven con miedo constante y no dudan en utilizar la violencia contra ellas y sus familias. Muchas veces son madres que están siendo amenazadas por la red con hacer daño a sus hijos si denuncian o no hacen lo que se les pide. Las víctimas de origen nigeriano son continuamente intimidadas con el yuyu, una magia negra más aterradora para ellas que cualquier otra cosa.
El acceso a Internet y a las redes sociales está facilitando la captación de víctimas, sobre todo de menores de edad. En este sentido, es fundamental la sensibilización, la concienciación y la información sobre el delito de trata.
La prevención de la trata con fines de explotación sexual es algo fundamental; las ONGs apuestan por la prevención en puestos fronterizos, por el bombardeo de información a las víctimas vulnerables y por un estricto seguimiento de los menores no acompañados.
Es un tema complicado, muy extenso y de implicaciones legales, morales, de responsabilidades internacionales, de continuos seguimientos e implicación, pero es urgente una modificación global de las medidas contra la trata.
Alejandra Lavín Torres / 30 de junio de 2023