Gastronomía, divina palabra… definida por la Real Academia Española como “el arte de preparar una buena comida”.
De norte a sur y de este a oeste, España nos brinda una gran oferta culinaria, pero si algo es propio de nuestra tierra, es “salir a tapear”.
Quizás también os haya venido a la cabeza la siesta (popularmente denominada “echar una cabezada”) que también es muy nuestra, podría decirse que incluso está certificada con nuestro sello de calidad “typical Spanish”… pero eso lo dejaremos para otra ocasión.
Pero comer, eso es otro nivel, comer es un placer, es un lujo, es una de las cosas de las que presumimos en nuestro país.
Elevamos la barbilla, aclaramos la garganta, cogemos aire y pronunciamos esas palabras: “si es que… como en España no se come en ningún lugar”. Amén.
Permitidme que haga un breve guiño a una parte del norte de la Península, una tierra de la que me enamoro más y más cada vez que tengo el placer de visitarla.
Comenzaré por Asturias, territorio de cachopo, de queso y de sidra.
Bañada por el Mar Cantábrico y custodiada a sus espaldas por los Picos de Europa, se encuentra la población de Llanes y en su casco histórico, la Sidrería “El Antoju”. Una sidrería de obligada visita, donde podréis elegir entre una amplia variedad de cachopos y entrantes. Un local pequeñito que recoge todo el encanto del Principado.
Si tuviera que escribir de Cantabria no sabría por dónde empezar, por eso solo nunca os diré que La Barrica de Potes ofrece la posibilidad de comer junto a una enorme cristalera en una de las mejores zonas del municipio. Tampoco os contaré que muy cerca de Liencres, El Cazurro, situado en un precioso acantilado, cocina unas impresionantes raciones de pulpo, pescado y calamares… ni que su tarta de zanahoria es una de las mejores que he probado en mi vida.
Me ocuparé de que nadie conozca el Querida Margarita, un restaurante en la playa santanderina del Sardinero, donde su menú gourmet consigue enamorar a los paladares más exigentes.
Y qué decir de Euskadi, de sus “pintxos” y su txacoli… de esa plaza junto al Ayuntamiento de Bilbao y de esa otra en Zarautz…
¿San Sebastián? El Olimpo de los dioses gastronómicos.
Si nos alejamos de la brisa marina cántabra, nos adentramos en Navarra, donde queso, vino y productos de la huerta entre otros, son su sello de identidad.
Debería de ser delito irse de Pamplona sin probar un pincho de foie del Gaucho o “arrearse una chuleta entre pecho y espalda” en el Olaberri, acompañado de unas estupendas alcachofas y unos contundentes espárragos.
Y allí al lado, muy cerca de Pamplona, se encuentra La Rioja, donde el dios Baco protege las cosechas.
La calle Laurel de Logroño o los municipios de Haro y Calahorra, son sólo algunos ejemplos donde podréis saciar la gula, el pecado capital.
Perdonad que llegue a Aragón y me detenga aquí, en mi tierra.
Maña de nacimiento y afincada en Pamplona, no puedo pasar por alto la ciudad de Zaragoza y sus míticos lugares: Casa Royo, famoso por su carne a la brasa; El Tubo, un entramado de calles en pleno casco antiguo donde Doña Casta ofrece unas croquetas que son “demasié”, o El Fuelle, conocido por su deliciosa cocina aragonesa.
Recordar estos lugares y sus delicias ha despertado un extraño gruñido en mi estómago, de nuevo os pido disculpas, e aquí mis últimas palabras, antes de marchar… ¿”os hace una tapita”?
Patricia Pérez @lluviadevitaminas/ 16 de junio de 2022